Pregón: romance
Romance de San Antonio y Albares
Albares, torre roquera
tallada como un diamante,
atalaya de las tierras
y los vientos cardinales,
hoy llego a tu plaza clara,
humilde juglar errante,
a decirte mi pregón
desde el balcón de tu adarve.
¡Atención! Escuchen todos,
chicos, jóvenes y grandes.
De orden de la Alcaldesa
se hace saber, y reparen:
Que en las fiestas del Patrón
y de ahora en adelante
cesen rencillas, rencores,
malquerencias y desmanes.
Haya paz en las conciencias
y concordia en los hogares
y huyan de los corazones
las tristezas y pesares.
Sean en paz acogidas
las gentes de otros lugares
que a compartir con nosotros
la alegría en paz llegaren.
Las puertas de par en par,
que aquí no es extraño nadie.
Que un santo como es el nuestro
casamentero incurable
dé a las muchachas bonitas,
pintureras y juncales,
salero, gracia y guapeza
y amor del bueno a raudales.
Haga a los mozos valientes;
en la palabra, leales;
y en el valor y el trabajo,
duros como pedernales.
A los jóvenes antiguos,
nuestros abuelos y padres,
en mil besanas curtidos
por tantos soles y aires,
traiga buena compañía
que les quite soledades.
Goza, pueblo, en armonía;
viste tus mejores trajes,
saca tus galas de lujo
para engalanar tus calles,
que ha venido de su ermita
San Antonio a visitarte.
Esto quiere la Alcaldesa
y es todo muy razonable.
Y ahora le pido yo al santo,
que no quiero irme de balde:
Líbranos de terrorismos,
de plagas y enfermedades.
Llevas siglos con nosotros
y tu pueblo es este, Albares:
campos paniegos bordados
de viñedos y olivares,
cielos azules surcados
por las águilas reales;
y vegas de escalofrío,
calveros y tomillares.
Aquí pusimos tu ermita,
que es un lucero radiante
que ilumina nuestros pasos
de perdidos caminantes.
Porque no te encuentres solo
te hemos dado acompañantes:
la Concepción, que es parada
de quien subiere o bajare
por el camino de ida
y vuelta a los cañamares.
Y es consuelo y es descanso,
aunque falte su olmo grande,
para el que triste o cansado
se pare a su puerta y llame.
Santa Bárbara, chiquita,
que quiere aún más empinarse
para ver a todo el pueblo,
alta en su cerro distante.
Apacienta desde él
borrascas y tempestades
aunque algunas, a las veces,
protesten y se desmanden.
Échale una mano entonces
y no permitáis que pasen,
porque arrasan nuestros campos
y traen perjuicios muy graves.
Un año más te pedimos
aunque la insistencia canse,
que te quedes con nosotros
y tu ayuda no nos falte.
Oíd qué responde el santo,
que es bendición escucharle:
Sois un tantico rebeldes.
¿tantico dije? Muy grandes.
Pero firmes en la fe
y en la palabra, leales.
Y si toca a generosos,
a eso no hay quien os gane.
¡ Que abandone yo a mi pueblo
y a mis queridos cofrades!
¡que olvide el pan de los pobres
-que los hay de muchas clases-
y rompa los compromisos
de mi novena y mis martes!
¡Dejar yo a mis buenas peñas,
que son gentes admirables!
O me he caído del cielo
o estáis locos de remate.
Yo aquí me encuentro en la gloria,
con permiso de Dios Padre,
y otro lugar como este
no encuentro en ninguna parte.
Esto es cosa dicha y hecha:
que hasta que el mundo se acabe,
por los siglos de los siglos
yo me quedo aquí, en Albares.
Ya oís lo que el santo quiere
y no es razón contrariarle.
Amigos: soy pregonero
y humilde juglar errante
que cumple obedientemente
lo que su Alcaldesa mande.
Ella dice que el pregón
en este punto se acabe.
Perdonad si os han cansado
mis prosas y mi romance.
La Virgen y San Antonio
os protejan y os amparen.
Emilio Moratilla García